José Ramón Alonso
José Ramón Alonso (Valladolid, 1962) es licenciado y doctor en Biología. Catedrático de Biología celular en la Universidad de Salamanca e investigador principal del Instituto de Neurociencias de Castilla y León en plasticidad neuronal, la flexibilidad del cerebro ante la pérdida de neuronas, los problemas en el desarrollo y las agresiones por lesiones o drogas. También es investigador y profesor visitante en universidades de Alemania y Estados Unidos y doctor honoris causa por universidades de Colombia, Bolivia y Perú.
En su carrera ha dirigido 17 tesis doctorales, escrito 40 libros sobre divulgación científica y más de 200 artículos en prensa y radio sobre ciencia, universidad y educación, lo que le ha llevado a participar en proyectos de educación guiada por la evidencia, algunos de ellos desarrollados por FECYT.
Ridley Scott, 1982
Una mezcla deliciosa de cine negro y ciencia ficción. El policía cargado de cicatrices en el cuerpo y el alma, esa ciudad distópica y decadente donde no para de llover, el test Voight-Kampff, los replicantes y su ansia desesperada de vivir, un futuro donde tenemos androides, coches voladores y colonias en el espacio pero donde Deckard para llamar por teléfono se tiene que meter en una cabina. Hay que retirar a los replicantes por un fallo de diseño, no aceptan su obsolescencia programada. Un final abierto y, desde Ulises, siempre, el viaje del héroe, Deckard avanzando entre golpes, trabajos y amor, la gran historia de la humanidad.
Michael Curtiz, 1942
El amor son los labios temblorosos de Ilsa Lund, la esperanza son los patriotas franceses cantando La Marsellesa en un local repleto de nazis, el futuro un avión que quizá despegue, que quizá llegue a donde sueñas, que quizá te permita escapar y volver a empezar. Y si entras en los detalles, creemos en Rick porque le vemos con los ojos de Ilsa y la letra de La Marsellesa dice que tiemblen los tiranos y los traidores, aunque nos tengan aplastados, y ese avión está hecho de cartón, pero el futuro a veces es así, frágil como un avión de cartón. Y siempre nos quedará París.
John Madden, 1998
Romántica, ingeniosa, divertida, capaz de hacernos creer lo increíble, ¿quién confundiría a Gwyneth Paltrow con un chico? Pero sí, si Shakespeare pudo escribir del amor es porque lo ha conocido. El amor es una de las creaciones más sublimes del cerebro humano y es siempre una aventura cargada de trampas, errores, sorpresas y caricias. Es eterno mientras dura. Y nos vamos con los actores por las tabernas, y vemos el milagro del teatro y al público que ríe y llora cuando se lo cuentan bien y ese boticario que tartamudea y, sin embargo, nos pone la piel de gallina cuando empieza a hablar de los amantes de Verona y sus amores desdichados. La película lo tiene todo, peleas de espadas, reinas y empresarios turbios, disfraces y tramoyas, adulterios y amistad, humor y amor, mucho amor. Y recuerda, cuando todo se encamina al desastre, cuando no sabes cómo enderezar las cosas, no sabes muy bien cómo, pero todo termina por salir bien.
Penny Marshall, 1990
La encefalitis letárgica, una epidemia que causó más de millón de muertos y que afectó a un millón más. La enfermedad desapareció de forma tan misteriosa como había surgido pero miles de pacientes quedaron en una cama, como estatuas vivas, sin hablar, sin moverse. Oliver Sacks, con esa capacidad maravillosa que tenía para resaltar la humanidad de los pacientes, nos muestra la ilusión de la curación y la fugacidad de las buenas noticias, la esperanza de la ciencia, la complejidad del cerebro donde las respuestas fáciles casi nunca funcionan, pero donde siempre, siempre, hay que buscar caminos, hay que explorar, hay que intentar ayudar. Sacks nos habla de él, y de la enfermedad mental, y de los medicamentos psicoactivos y de esa rara especie de primates, los seres humanos, a los que les gusta tanto reír, bailar y salir de fiesta.
Pedro Almodóvar, 2002
Esta película tiene momentos sublimes pero me apasiona el tema. Las personas que están tumbadas en una cama, en un estado de mínima respuesta y a cuyo lado acude cada tarde una persona, una pareja, un amigo, a menudo una madre, para hablar con él o con ella. Sin saber si le escucha, sin saber si hay alguien ahí, al otro lado, que cada día espera ese rato, para saber que no ha sido olvidado, que sigue existiendo, que le siguen queriendo. La soledad, los accidentes, los cuerpos heridos, la incomunicación, estar encerrado en tu propio cuerpo, la vida y la muerte. La ciencia ha permitido detectar que parte de estas personas siguen ahí, escuchan y entienden lo que se les dice, en algunos casos se ha podido “conversar” con ellos, aprovechando distintos tipos de actividad cerebral. “Piensa en jugar al tenis para decir sí y en recorrer tu casa para decir no”. Surge así la posibilidad de comunicarse con ellos y con ello la gran pregunta: ¿quieres seguir viviendo así?
John McTiernan, 1982
Dejémoslo claro, la Navidad no es Papá Noel y sus tristes renos, no es Qué bello es vivir y la generosidad, el altruismo y la desesperanza del bueno de James Stewart, la Navidad es Bruce Willis con una camiseta de tirantes y una metralleta en bandolera cepillándose terroristas por el edificio Nakatomi. Ya vale de que los malos sean alemanes, de que tenga que venir un poli de Nueva York a solucionar los problemas en Los Ángeles, de que los japoneses estén forrados y el subjefe de policía sea un imbécil, pero da igual, John McClane nos recuerda que hablamos a nuestros niños de dragones, no porque existan sino para que sepan que se les puede vencer. En la versión alemana cambiaron la nacionalidad y los nombres a los “malos”: Hans se transformó en Jack, Karl en Charlie y Heinrich en Henry, y ahora eran todos británicos. ¿Qué quiere que le diga? Me gustan más los alemanes que los británicos, pero está claro que hacen unos terroristas mucho más convincentes. Y luego nos extrañamos de que los ingleses voten Brexit.
Alfonso Cuarón, 2018
Roma es ciudad de México y es Cuarón, los niños y las empleadas domésticas, las clases sociales y las razas, las revueltas estudiantiles, la violencia de los paramilitares, las primeras relaciones. Verla fue en cierta manera un reencuentro con el paisaje de la infancia, la patria común de la que habla Delibes. Los niños viendo Perdidos en el espacio, que yo también veía, el cine en blanco y negro, los coches, incluso los sonidos, los gritos de los vendedores ambulantes, el silbido del afilador, el ruido de las escobas… No se puede entender España si no conoces América Latina. La Constitución de 1812 hablaba de españoles del uno y otro lado del Atlántico, no comemos picante ni tenemos mariachis pero tenemos el mismo humor, son nuestros primos, tienen nuestros apellidos y nuestra sangre, nuestros defectos y nuestras virtudes. Como decía Unamuno «la voz de mi espíritu es mi lengua y mi patria allí donde resuena». Nuestra lengua también resuena en México. Y en la colonia Roma.
Steven Spielberg, 1998
Las guerras no son desfiles de héroes y actos de valentía, las guerras son carnicerías de muchachos que miran sorprendidos como se les salen las tripas del abdomen, que recogen del suelo el brazo que acaban de perder y que lloran llamando a su madre mientras se hacen sus necesidades encima. Spielberg nos muestra la guerra como debe ser en realidad: las ametralladoras barriendo la cubierta de las lanchas de desembarco y matando soldados antes de que se enteren realmente de qué pasa. Y el mar se tiñe de rojo, con las olas arrastrando cascos y cuerpos sin vida. Esos minutos iniciales es la descripción más impactante y veraz que jamás se ha hecho de la guerra. Y nos habla de otras cosas importantes: de luchar por una causa justa, de morir junto a tus camaradas, de la casualidad y la suerte, de la capacidad constante de dar un paso más, de que la única forma de corresponder a los que dieron todo por ti es vivir una vida que merezca la pena.
Akira Kurosawa, 1954
Japón nos fascina. Tiene esa mezcla increíble de máxima tradición y máxima modernidad. Estamos influidos por las películas norteamericanas donde a menudo les tratan como insectos que atacan en enjambres un nido de ametralladoras mientras gritan “¡banzai!”. Está bien mirar la historia desde el otro lado. Aquí nos hablan de un grupo de mercenarios que aceptan defender a unos agricultores y poner sus vidas en peligro, por un precio irrisorio, por dos puñados de arroz al día. Quizá es eso y hay veces en la vida que el pago es lo de menos, que tienes que aceptar por lo que te enseñaron, por las cosas en las que crees, por el honor, porque son los tuyos, porque como dice El Quijote «yo sé quién soy». Y cuando vienen mal dadas piensas en tus amigos, en esos que siempre están, que nunca fallan, que se pondrán espalda contra espalda contigo, para recibir los golpes de los bandidos, para morir a tu lado. La otra gente puede ser más, pero no merecen la pena.
Milos Forman, 1975
Llevamos miles de años intentando entender las enfermedades mentales y buscando cómo afrontarlas. Esta película nos hace volver a las correas, los electrochoques, las lobotomías, al siglo XX. Nos hace pensar en esa delgada línea entre los de dentro y los de fuera, en el sufrimiento y el estigma de la enfermedad mental. A veces pensamos en esas terapias con horror y quizá está bien que lo veamos así, pero probablemente es necesario recordar que a Egas Moniz, el padre de la lobotomía, le dieron el premio Nobel. Solo hay una explicación: se consideró un importante avance en positivo en comparación con lo que había hasta entonces. El hospital psiquiátrico parece realmente un psiquiátrico y es porque se rodó en una institución real. El título viene de una nana que la abuela de Chief, uno de los protagonistas de la película, un falso sordomudo, le cantaba cuando era niño: Tres gansos en una bandada, uno voló hacia el este, otro voló hacia el oeste y otro voló sobre el nido del cuco.